Pues la verdad es que no estoy por generar tensión ni por crear primeras líneas gancho que sean atractivas para un buscador. Aunque este post sea bastante largo, te voy a desvelar ya el final porque aquí en mi casa, sufrimientos los justos. La respuesta es no, para nada. Y te voy a explicar por qué o por lo menos cómo lo veo yo y aquí es donde ya me lío y te pido que, si te apetece y te interesa el tema, me acompañes.

Antes de que surgiera el Covid-19, los expertos en salud hablaban de la depresión como la gran epidemia del siglo XXI. En realidad, se hablada de la depresión como una pandemia mundial. Las estadísticas de la OMS mostraban un ascenso imparable de esta "patología" que se reflejaba en el registro de multitud de bajas laborales, consultas de atención primaria y como no, un espectacular aumento del consumo de fármacos antidepresivos. Poco a poco, a lo largo del siglo pasado hasta nuestros días, se ha ido gestando un modelo de depresión que ha transformado aspectos muy normales de esto que es estar vivo, en síntomas que se reúnen en torno a una convención: la enfermedad psicológica. ¿No te resulta extraño el hecho de que parezca que hay ahora muchas más personas deprimidas que antes?¿Te has preguntado alguna vez si no será la sociedad y cultura moderna y posmoderna la que han ido transformando lo que antes eran aspectos normales de la vida en una enfermedad?.

El hecho es que ahora, a día de hoy, la depresión como patología o enfermedad ha alcanzado una dimensión totalmente real. Pero ¿qué pasaría si la depresión, en lugar de una enfermedad casi crónica, que afecta a un inmenso porcentaje de la población generando grandes beneficios para la industria de la salud fuera simplemente un problema vital, una cuestión existencial?. No una enfermedad, sino un problema.

El sufrimiento humano ha sido históricamente aceptado como parte intrínseca de la vida, pero de un modo paralelo al progreso humano , el sufrimiento en lugar de ir cediendo terreno e intensidad, ha ido incrementándose y extendiéndose hacia nuevas formas que eran del todo insospechadas hace tan solo unas décadas. Vivimos en un mundo que ha aprendido a rechazar de plano el dolor y la incomodidad como si éstos no fueran fenómenos naturales que sentimos por el mero hecho de ser humanos.
La humanidad entera parece afanarse constantemente en superar lo natural evadiéndose de cualquier inconveniencia de la vida, buscando un grado de bienestar que siglos atrás solo se hubiera concebido como digno de dioses. El ser humano, aspirando a no sufrir nunca ni por nada, ha terminando propiciando sufrir cada vez más y por más cosas. No podemos negar la existencia del dolor, de la pena, de la tristeza , etc. porque están ahí y tienen su valor, nos sirven para detectar que algo no va bien, que tal vez tenemos que cambiar cosas en nuestra forma de vivir la vida. Sin embargo, el sufrimiento adicional que ese dolor puede llegar a generar sí es algo sobre lo que podemos intervenir. Lástima que este mundo en el que vivimos se haya convertido en un terreno fértil para incrementar en nosotros ese sufrimiento adicional que nace de la búsqueda incesante y a cualquier coste de una felicidad que no admite el malestar en el horizonte.

Los valores sociales en alza, en el mundo de ahora, han equiparado el ser feliz con la ausencia de dolor, la ausencia de problemas, la ausencia de ansiedad y preocupaciones. Al mismo tiempo también ha hermanado el ser feliz con la presencia en nuestras vidas de ciertos niveles económicos y signos estéticos.
Al final nos hemos convencido a nosotros mismos de que para ser felices y poder hacer cosas bien, nuestra mente, nuestro interior, tiene que estar bien. Sano.
Pero cuando vivimos negativamente algún evento privado, resulta que convertimos algo totalmente normal y esperable dada la situación, en una barrera que nos impide ser felices.
Esta situación recientemente creada, ha convertido a muchas personas en auténticas guerreras contra si mismas, que constantemente libran batalla con aquello que sienten y piensan. Y esa lucha deliberada y descarnada, en lugar de eliminar lo que molesta lo hace cada vez más presente. El resultado final es un contexto limitante, lleno de sufrimiento y es ahí donde aparecen, sobre todo, la ansiedad y la depresión.

Mr. Wonderful y otros adalides de la “Cultura Positiva”, son responsables de que mucha gente haya creído con firmeza que uno tiene que sentirse bien para poder vivir feliz. Eso es una falacia, una mentira terrible. La verdad, si te paras a pensarlo es que si vives te sentirás bien, aunque a veces te sientas mal. La clave es VIVIR.

 
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Desde las terapias de tercera generación existe un modelo explicativo del origen y el mantenimiento NO PATOLOGIZANTE, sino coherente con la forma de actuar o esperable de una persona dado un determinado CONTEXTO VITAL.

Las personas que sufren depresión no son enfermos, sino personas que están en una situación muy concreta. Una situación depresógena que se puede cambiar, en la que se puede intervenir. Si estás atravesando por este desierto vital en este momento, quiero enviarte todos mis ánimos y un mensaje muy claro: puedes cambiar la forma en la que te sientes cambiando las cosas que haces.

No todas las personas experimentan la depresión de la misma manera, pero sí podemos decir que están inmersas en una situación vital en la que sienten un profundo desanimo y desafección por las cosas de la vida. Este desánimo se puede manifestar de muy diversas formas como por ejemplo alteraciones en el sueño y la alimentación, malestar físico, tristeza, llanto, desesperación o aburrimiento. Una incapacidad para sentir placer con las cosas y personas que habitualmente les gustaban y llenaban su vida.⁠ ⁠

La intervención psicológica en estos casos, sigue una pauta y tiene un recorrido, pero una parada obligada en este camino de vuelta al disfrute de estar vivo es la activación.⁠ ⁠

 
 
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Activarse no es fácil y menos en una situación depresógena, así que si este es tu caso o conoces a alguien que esté viviendo este problema, no basta con decirle que haga cosas y todo se le pasará. Hay que tener delicadeza, comprensión, empatía y mucho cariño.⁠ ⁠ Si bien es cierto que si haces cosas estarás bien aunque a veces te sientas mal, llegar a ese punto requiere trabajo, esfuerzo y paciencia. Por eso desde la Terapia ACT, reactivamos a las personas que están deprimidas poco a poco, sin prisa y no las ponemos a hacer cosas por hacer así, al tun-tun, sino que hacemos un trabajo previo y exhaustivo sobre cuál es la dirección que realmente importa a esa persona. No es hacer por hacer, es HACER PARA ALGO, que haya motivos y propósitos. Que lo que cada uno de nosotros hacemos tenga un sentido, para poder vivir una vida que merezca la pena ser vivida.⁠ ⁠

Como puedes ver en el gráfico arriba a la derecha, crear y establecer rutinas es algo muy importante, así como abrirse a experienciar un mínimo de vida social y también de atención al ocio y al tiempo libre. Pero el auténtico corazón de esta terapia está en conectar a la persona que está deprimida con las cosas que realmente son importantes para ella y establecer un plan en el que paso a paso, con LAS COSAS QUE HACE, se acerque a todo lo que es fundamental en su vida, aunque a veces duela.

No hacemos magia, no hay sortilegios. Solo trabajo duro y compromiso con lo que uno ama de esta vida. Lo demás va sucediendo solo, como el agua cuando fluye.
La Activación Conductual o Terapia ACT es un tratamiento destinado a no dejarte caer en el desanimo orientando tus actividades diarias a la consecución de metas y objetivos que tengan un valor real para ti. Existen intervenciones sistematizadas para personas que están atravesando por un momento de decaimiento en el estado de ánimo, en el que hay ausencia de ganas de hacer cosas o no se encuentra la motivación suficiente para hacerlas.

Si estás interesada/o en probar, solo tienes que rellenar el formulario de contacto que encontrarás arriba en el menú o un poquito más abajo de estas líneas. Me encantará formar parte del proceso en el que vuelvas a reencontrarte con tu felicidad.

 

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