Micromachismos
Este término que data de 1990, fue acuñado por el psicoterapeuta Luis Bonino, quien definía los micromachismos como comportamientos masculinos (manifiestos y encubiertos) que buscan reforzar la superioridad de los hombres sobre las mujeres. Se trataría de una violencia blanda o de baja intensidad que se ejerce constantemente sobre las mujeres.
La gravedad de los micromachismos reside en que por su sutileza, por su imperceptibilidad o por lo ingeridos que están en la sociedad, producen un daño sostenido a la autonomía de la mujer. Son comportamientos con los que los hombres buscan imponer y mantener su dominio en nuestra sociedad, que nos guste más o menos se define como patriarcal. También frenar el empoderamiento personal de la mujer y continuar beneficiandose de su papel como reproductora y cuidadora. Que lleven el prefijo «micro» no significa que no sean importantes o que debamos minimizarlos ya que son el cemento con el que se solidifican los prejuicios y estereotipos de género de nuestras sociedades.
Bonino hizo una clasificación que identificaba cuatro tipos de micromachismos: los utilitarios, los encubiertos, los de crisis y los coercitivos. A continuación te explico en qué consiste cada uno de ellos:
Micromachismos Utilitarios
Se dan sobre todo en el ámbito del hogar y de los cuidados hacia otras personas, y se apoyan en la presunta mejor capacitación de las mujeres para las tareas de servicio y la naturalización de su trabajo como cuidadora.
Seamos sinceras, ¿Cuántas veces hemos oído a un hombre decirnos «ya te he fregado yo los platos» o «ya te he puesto la lavadora»? A mí no me han fregado nada, ni la lavadora es mía, por lo que entiendo que ese «te» pretende reforzar que pese a haber hecho una tarea del hogar, esa tarea le correspondía a la mujer. Con «ya te he tendido la ropa», «ya te he hecho la cama» se nos recuerda bastante explícitamente que esas tareas son exclusivamente nuestras y que se nos ayuda en ellas cuando en realidad lo que deberíamos hacer hombres y mujeres es compartirlas.
Es precisamente ahí donde se esconde la desigualdad de genero; en la diferencia que existe entre «ayudar en casa» (ayudamos a hacer la tarea de otra persona, de la mujer, en este caso) y la corresponsabilidad en las tareas domésticas, las tareas repartidas y compartidas. No son de nadie, son responsabilidad de todos los miembros de la unidad familiar.
Este tipo de micromachismos se han reforzado muchísimo históricamente a través de la publicidad. Alguien consideró una idea simpática poner en las etiquetas de las instrucciones de lavado de una marca de ropa: «Mejor dásela a tu madre, ella sabe qué hacer». Claro, las madres tienen un instinto para saber lavar la ropa... Los anuncios de detergentes están protagonizados masivamente por mujeres, quienes cocinan son mujeres, quienes cuidan de los niños y las niñas son mujeres, quienes hacen la compra son mujeres.
Es cierto que la publicidad está cambiando y esto es muy importante porque a través de la imagen se genera pensamiento y mediante éste conductas, pero no seamos ingenuas: la publicidad cambia porque hoy en día la mujer ha ganado poder económico y de decisión a la hora de consumir, por lo que las empresas cuidan mucho más el tipo de mensajes que se nos envían. Para ellas el objetivo no es la igualdad, es vender, así que tampoco es que nos estén haciendo el favor de nuestras vidas.
Micromachismos encubiertos
Este otro tipo de micromachismo es especialmente sutil y consiste en una imposición de verdades masculinas sobre los deseos, las voluntades o las opiniones femeninas. Un concepto nuevo y muy interesante dentro de este grupo es el mansplanning. Consiste en un acto en el que un hombre le explica una cuestión a una mujer con una actitud condescendiente o paternalista. Tras esta actitud se encuentra un menosprecio del hombre hacia quien escucha por ser mujer y, por lo tanto, porque presupone que tiene una capacidad de comprensión inferior a la de un hombre. Él acapara la conversación en un acto de exhibición de cultura y sabiduría (o eso parece).
Esto implica que las opiniones de una mujer que, por ejemplo, vive esto en un acto público, sean invalidadas o infravaloradas, o que precisen el respaldo de un hombre para darles solvencia. Un acto paternalista que profundiza las divisiones de género.
Otros micromachismos encubiertos son aquellos que en reuniones sociales con amigos, nos hacen morir de bochorno y cólera cada vez que un hombre le dice a su pareja: «Tú cállate, que no entiendes de esto», «¿para qué te metes y hablas de lo que no sabes?»... Pequeñas humillaciones públicas (o íntimas) que te ningunean como interlocutora o persona directamente.
Otra forma de micromachismo encubierto es el mal humor manipulativo: «Papá está enfadado porque está muy cansado del trabajo, así que no lo molestes», o cuando un hombre se ofende contigo, te retira la palabra solo para que modifiques tu conducta hacia otra que se considera más adecuada y que no atenta contra sus privilegios masculinos.
Micromachismo de Crisis
Surge cuando se desequilibra el poder masculino o su superioridad se ve amenazada. Pensemos en una pareja en la que ellase quedó en casa al cuidado de su hijo. El niño empieza la escuela y ella se plantea volver a trabajar. Esto significaría una independencia económica, mayores relaciones sociales... Una posibilidad de empoderamiento frente a una dependencia total del marido.
Son las frases que empiezan con ese «tú verás»: «Tú verás cómo vas a tener tiempo para ocuparte de la casa y del trabajo», «tú verás cómo haces el día en que el niño enferme y no pueda ir a la escuela»... Tú verás, porque el hombre no va a tener que plantearse nada. Él no lo lleva al médico, él no renuncia a las cañas a la salida del trabajo, él no tiene que ir a las reuniones con el profesorado, él no lo lleva a las actividades... En el momento en el que la mujer pretende recuperar parcelas de autonomía, de poder, de control, surgen estos argumentos manipulativos cuya única intención es disuadir.
Micromachismos Coercitivos
Con este último tipo de micromachismos, el hombre emplea la fuerza moral, psíquica o económica para ejercer su poder. Se limita la libertad de la mujer y su capacidad de decisión. Son comportamientos en los que las mujeres quedamos relegadas a un segundo, tercer o último lugar.
Piensa en tu propia casa, tal vez no la actual, o sí, pero piensa en tu casa de la infancia. ¿Quién era la primera persona a la que se le servía la comida? ¿Quién tenía el mejor sitio en el salón para ver la televisión? ¿Quién tenía el mando de la televisión y decidía qué se veía en cada momento?.
En otros ámbitos públicos: ¿Quién se despatarra en el transporte público obligando a la viajera de al lado a plegarse prácticamente sobre sí misma?
Los micromachismos son conductas violentas de baja intensidad. Una violencia blanda que no es susceptible de denuncia, pero sí va reafirmando la imposición del dominio masculino. Todas estas son prácticas legitimadas por el entorno social, y si bien hoy en día poca gente justificaría una agresión física, estas conductas de las que acabamos de hablar sí que están aceptadas, toleradas, consentidas y legitimadas socialmente. Cada vez menos, pero continúa pasando.
Para finalizar, te dejo una lista con ejemplos de micromachismos cotidianos para reflexionar:
Distinguir entre señorita y señora.
Negarse en redondo a que una mujer te ceda el paso.
La bebida cerveza para él, el refresco de cola para ella. Lo mismo pasa con la cuenta en los bares y restaurantes.
Cuando se abre una botella de vino, la cata siempre se ofrece al hombre aunque el vino lo haya elegido la mujer.
Cuando un hombre hace las tareas asignadas a un rol de mujer, por ejemplo, cuando friega los platos o plancha, y la mujer se lo impide con frases tipo: «Déjame, que tú no sabes» o «quita, que yo acabo antes», que solo contribuyen a que ellas sigan haciendo lo que ellos también deben hacer.
Dominar con el silencio y así decidir cuándo y cómo se hablará de algo.
Frases de ghosting como «eres una histérica» o «estás exagerando», que se corresponde con el tópico de que la mujer es sentimental e impulsiva e incapaz de razonar.
Saludarla con dos besos a ella, pero darle la mano a él.
Los pañales son cosas de mujeres en los baños públicos. Los hombres, aunque quieran, no pueden cambiarlos porque ni siquiera hay un espacio donde puedan hacerlo porque no tienen cambiadores.
«Vaya modelito». En las bodas, graduaciones, entregas de premios, etc., se comenta solo la indumentaria de las mujeres y se realizan críticas muy duras a aquellas que se salen de la norma. Por supuesto, ellos irán cómodos y ellas embutidas y con tacones.
«Sonríe, que estás muy seria».
Eres conocida, pero tu marido también por lo que te presentan siempre como «la pareja de» antes de mencionar cualquier mérito profesional.
Llamar por el nombre y no por el apellido a una mujer. Rajoy, Sánchez, Iglesias, Rivera frente a Susana, Inés, Irene o Cayetana.
Las mujeres pagan menos (o no pagan) en las discotecas. No es discriminación positiva, es tratar a las mujeres como ganado. Cuando no pagas, eres el producto.
«Hoy te han dejado de niñera» a un padre que cuida solo. No es una niñera, es un padre; cuida a su hija porque es su responsabilidad y no porque hoy su mujer estaba ocupada.
Comentar que una mujer no se ha depilado.
Uniformes con falda para ellas y pantalones para ellos.
«Nenaza». Hacer algo como una mujer es un insulto; más claro, agua.
«Una señorita no se comporta así».
«Y tú, ¿ya tienes novio?»
«Te arrepentirás de no tener hijos, ¿quien te va a cuidar cuando seas mayor?»